lunes, 25 de febrero de 2013

Indescifrable

La mesa del silencio (E. A. 2013)


Dices que cuando miras atrás con los ojos del presente, lo acaecido siempre te parece lógico y previsible, como si las cosas ya estuvieran escritas y no hubieran podido ocurrir de otro modo, aunque solo seamos capaces de comprender la inmutabilidad de los sucesos cuando el tiempo ya los ha vuelto lejanos. ¿No será que lo que percibimos es su extrañeza? ¿Y que el nosotros que recordamos se nos ha vuelto ajeno?

Cuando miramos el pasado con ojos de presente, podemos sentir el peso de las cosas con toda su fuerza. Lo que entonces parecía incierto, hoy se ha vuelto implacable: ¡el encadenamiento de los días!, decimos. Y a la inversa, lo único que entonces parecía real, nosotros mismos, se diluye en nuestra memoria con la levedad de la espuma. ¿Somos alguna vez más fuertes que la vida? Puede que en un cruce del destino tengamos esa ilusión, pero entonces es cuando más cerca estamos de errar.

Lo veo sentado en un banco de una plaza en cuyo centro el agua de una fuente dibuja nubes en el cielo de forma intermitente. Las gotas pulverizadas se quedan flotando en el aire hasta que se posan lentamente sobre los hombros de ella, que, sentada junto a él, mira hacia abajo. Está atardeciendo y las hojas de las buganvillas se pliegan y oscurecen.  Así, con la mirada perdida en el suelo, parece que solo su piel recoge la última luz de la tarde. El agua se detiene de golpe y el silencio de sus ojos parece entonces cubrir toda la tarde y extenderse a través de los años. La plaza sigue en su sitio, pero las palabras vagan desde entonces en los pliegues del tiempo, encadenadas por el silencio. Indescifrables, como si hubieran sido pronunciadas por estatuas sin rostro.

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