sábado, 24 de marzo de 2012

Amor de cenizas

Marzo de 1908
A los 46 años el amor le hace exclamar: "Durante toda la vida no he sabido lo que significaba ser feliz (como una mujer percibe la felicidad) ni siquiera durante una hora -por fin seré feliz durante un día entero, podré hablar a corazón abierto, decir al menos una vez todo lo que siento..." Habían quedado para pasar un día en el campo.

También se encontraron en el palco pequeño y oscuro del teatro ("¡siempre lo recordaré!"), donde sintió una "corriente comunicativa" que fluía vívidamente y penetraba en sus sentidos, en cada uno de sus pensamientos, hasta hacerla sentir "lo que deben sentir las mujeres felices".

Y un día del mismo mes de marzo de 1908 se citaron en el Louvre, a la sombra de la Diana de Jean Gougon, para ir a comer a algún restaurante barato de la Rive Gauche donde no hubiera peligro de tropezarse con conocidos: "No me iré, no creeré que es el fin, lucharé por mi vida. Ahora lo sé".

Sus emociones son un tesoro escondido. Tiene 46 años y piensa en silencio, con temor a decirlo, que esos tesoros acumulados están intactos, como si ella hubiera sido solo la encargada de su custodia. Pero puede entregarlos ahora como el bien más preciado de su amor, ahora lo sabe, sí, y hacer añicos su petrificada vida anterior. Ella, que tanto ha escrito sobre el amor de otros, lo desconocía todo de sus misterios y de sus tormentos: "No sabía cómo iba a ser".

Repite una y otra vez: seré como las demás mujeres. Como si la escritura la hubiera apartado de los demás por la obligación de elegir entre imaginar o vivir. Pero al estar con él y desenterrar sus tesoros, descubre la fascinación de sumergir sus ojos en los ojos de él, sentirse abrazada como las demás mujeres. Nada más. "Yo que dominaba la vida, en realidad vivía a su lado". Ya no quiere leer, ni escribir. Al calor del amor, su vida se ha reducido a cenizas. Y lo más raro de todo: ese tesoro escondido, sus emociones malgastadas durante tantos años, alimentan el presente. De esas cenizas procede la llama que enciende su vida. "Una sola hora así es suficiente para iluminar toda una vida”. No es verdad, pero lo cree y lo escribe.

Todo arderá, como las cartas de amor. ¿Pero dejaremos que sea el tiempo quien prenda la llama? El amor es una huella en las cenizas, que produce tanta felicidad como melancolía. La vida es muy larga, y a la vez muy breve. Ella, enamorada, se siente "como un mendigo hambriento que desmenuza los mendrugos de pan que ha juntado para hacerlos durar más tiempo". Después de todo, no será como las demás mujeres.



Edith Wharton - Credit: Library of Congress    

EdithWharton ya había publicado La casa de la alegría cuando conoció en París al periodista americano William Morton Fullerton. No habló de él en sus memorias, pero sí en su diario. Durante más de veinte años le escribió cartas. Estas cartas no ardieron, y se hicieron públicas en 1980

2 comentarios:

  1. Gracias por este post, Enrique, y ahora por favor, sé buen chico y dinos dónde has encontrado esas cartas. Ando loca buscándolas y no hay forma.
    Me encanta la Wharton y, con lo poco dada que soy a romanticismos pavisosiles, ¡yo sí que creo que una hora puede iluminar toda una vida! Mejor que sean 2000, claro... Pero es que la mayoría de veces esa hora no existe.

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  2. Las encontré en mi estantería. El tomo es tan fino (136 páginas) que era difícil verlo, y debía de llevar allí bastantes años esperando su momento. Todavía tiene el precio marcado en la tapa: 400 p.v.p. Dentro había un marcapáginas que me recuerda dónde lo compré: París-Valencia, calle Pelayo, la librería adonde solía ir antes a escarbar entre los libros de saldo. Lo publicó la editorial Grijalbo-Mondadori, en su colección Espejo de tinta, que reunió un montón de buenos libros, muchos de ellos dedicados a diarios, memorias y correspondencias. Se ve que nadie los compraba, porque todos fueron carne de saldo. Si quieres conseguirlo tendrás que ira a alguna librería de esas o a una feria del libro de ocasión. Yo todavía voy por el año 1914, no me atrevo a seguir. A partir de ese año las cartas fueron espaciándose.

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